Tanto la Biblia como la experiencia nos enseñan que el pecado es universal, y según la primera, la explicación de esta universalidad se encuentra en la caída de Adán. Estos dos puntos, es decir, la universalidad del pecado y la relación del pecado de Adán con el de la humanidad en general, son los que ahora ocupan nuestra atención.
En tanto que ha habido respecto a la universalidad del pecado un
notable consentimiento general, en cambio, con respecto a la relación entre el
pecado de Adán y el de sus descendientes, se han presentado diferentes
descripciones.
REPASO HISTÓRICO
ANTES DE LA REFORMA
Los escritos de los Apologistas no contienen nada definido
respecto al pecado original, en tanto que los de Ireneo y Tertuliano enseñan
claramente que nuestra condición pecaminosa es el resultado de la caída de
Adán. Pero la doctrina de la imputación directa del pecado de Adán a sus
descendientes fue extraña aun para ellos. Tertuliano tuvo un concepto realista de
la humanidad.
Toda la raza humana estaba potencial y numéricamente presente en
Adán, y por tanto pecó cuando él pecó, y se corrompió cuando él se corrompió.
La naturaleza humana como un todo pecó en Adán, y por tanto, cualquiera
individualización de aquella naturaleza también es pecadora. Orígenes,
influenciado profundamente por la filosofía griega tuvo un concepto diferente
de este asunto, y apenas reconoció alguna conexión entre el pecado de Adán y el
de sus descendientes Encontró la explicación de la pecaminosidad de la raza
humana, fundamentalmente, en el pecado personal de cada alma durante un estado
pre-temporal aunque también menciona algún misterio de la generación. Agustín participó
del concepto realista de Tertuliano.
Aunque también habló de "imputación", Agustín no tuvo
en mente todavía la imputación directa o inmediata de la culpa de Adán a su
posteridad. Su doctrina del pecado original no está por completo clara. Pudo
deberse esto al hecho de que titubeó en elegir entre el traducianismo y el
creacionismo.
Aunque insiste en el hecho de que todos los hombres estuvieron
sensiblemente presentes en Adán y que en verdad pecaron en él, también se
acerca mucho a la idea de que pecaron en Adán como su representante. Sin
embargo, su énfasis principal estuvo en la transmisión de la corrupción del
pecado. El pecado se transmite por propagación, y esta propagación del pecado
de Adán es al mismo tiempo un castigo por su pecado. Wiggers presenta la idea
brevemente en las siguientes palabras: "La corrupción de la naturaleza
humana, en toda la raza, fue el justo castigo de la transgresión del primer
hombre, en quien ya existían todos los hombres".
El gran oponente de Agustín, Pelagio, negó que hubiera una
relación entre el pecado de Adán y el de su posteridad. Tal como Pelagio la
vio, la propagación del pecado por medio de la generación envolvía la teoría
traducianista del origen del alma, teoría que él consideró como una herejía; y
la imputación del pecado de Adán a cualquiera, aparte de él mismo, estaría en
conflicto con la rectitud divina.
El concepto pelagiano fue rechazado por la Iglesia, y los
escolásticos en general, siguieron la línea de pensamiento señalado por
Agustín, poniendo todo el énfasis sobre la transmisión de la contaminación del
pecado de Adán más bien que sobre la de su culpa. Hugo de San Víctor y Pedro
Lombardo sostuvieron que la concupiscencia mancilla el semen en el acto de la
procreación, y que esta mancha, en alguna forma, ensucia el alma en su unión
con el cuerpo.
Anselmo, Alejandro de Hales y Buenaventura acentuaron la
concepción realista de la relación entre Adán y su posteridad. Toda la raza
humana estuvo seminalmente presente en Adán y, por tanto, también pecó en él.
Su desobediencia fue la desobediencia de toda la raza humana. Al mismo tiempo
se consideró a la generación como la condición sine qua non de la transmisión
de la naturaleza pecaminosa. En Buenaventura, y otros después de él, se expresó
con mayor claridad la distinción entre la culpa original y la corrupción
original.
La idea fundamental era que la culpa del pecado de Adán se
imputa a todos sus descendientes. Adán sufrió la pérdida de la justicia
original, y por tanto, incurrió en el desagrado divino. Como resultado todos
sus descendientes están privados de la justicia original, y como tales, son
objeto de la ira divina. Además, la corrupción del pecado de Adán ha pasado de
alguna manera a su posteridad, pero la manera de esta transmisión fue asunto de
disputa entre los escolásticos. Puesto que no eran traducianistas, y por tanto,
no podían decir que, después de todo, el alma que es asiento verdadero del mal
pasaba de padres a hijos por generación, sintieron que alguna cosa más tenía
que decirse para explicar la transmisión del mal inherente.
Algunos decían que la corrupción pasa por medio del cuerpo, el
que a su vez contamina el alma tan pronto como ésta se pone en contacto con aquel.
Otros, sintiendo el peligro de esta explicación la buscaron en el mero hecho de
que cada hombre nace ahora en el estado en el que Adán estaba antes de ser
capacitado con la justicia original, y por lo tanto, sujeto a la lucha entre la
carne concupiscente y el espíritu.
En Tomás de Aquino el punto de vista del realismo reaparece otra
vez en una forma vigorosa, aunque modificada. Hizo notar que la raza humana
constituye un organismo, y que, precisamente como el acto de un miembro del
cuerpo, por ejemplo, la mano, se considera como el acto de la persona, así
también el pecado de un miembro del organismo de la humanidad se imputa a todo
el organismo.
DESPUÉS DE LA REFORMA
Aunque los Reformadores no concordaron con los escolásticos
respecto a la naturaleza del pecado original, el concepto que tuvieron de su
transmisión no contuvo ningunos nuevos elementos. Las ideas referentes a Adán
como representante de la raza humana y a la imputación "inmediata" de
su culpa a sus descendientes, todavía no se expresaron con mayor claridad en
las obras de los Reformadores. Según Lutero somos contados por Dios como
culpables, debido al pecado íntimo que heredamos de Adán.
Calvino habla en estilo parecido. Sostiene que, puesto que Adán
no era solamente nuestro padre sino el tronco de la raza humana, todos sus
descendientes nacen con una naturaleza corrupta; y que, tanto la culpa por el
pecado de Adán como su propia e innata corrupción se imputan a sus descendientes
como pecado. El desarrollo de la teología representativa trajo a primer plano la
idea de Adán como el representante de la raza humana, y condujo a una
distinción más clara entre la transmisión de la culpa y de la corrupción del
pecado de Adán. Sin negar que nuestra corrupción natural también constituya
culpa a la vista de Dios, la teología representativa acentúa el hecho de que
hay una imputación "inmediata" de la culpa de Adán a todos los que él
representa corno cabeza del pacto.
Tanto los socinianos como los arminianos rechazaron la idea de
la imputación del pecado de Adán a sus descendientes. Placeus, de la escuela de
Saumur, abogó por la idea de la imputación "mediata". Negando toda
imputación inmediata Placeus sostuvo que debido a que heredamos de Adán una
naturaleza pecaminosa merecemos ser tratados como si hubiéramos cometido la
ofensa original. Esto era algo nuevo en la teología Reformada, y Rivet no tuvo
dificultad en probarlo por medio de una larga colección de testimonios.
Se inició un debate en el que, imputación "inmediata",
e imputación "mediata", se representaron como doctrinas mutuamente
exclusivas; y en el que se hizo aparecer que el asunto importante era dilucidar
si el hombre es culpable a la vista de Dios únicamente por causa del pecado de
Adán que se le imputa, o únicamente por causa de su propio pecado inherente- La
primera no era la doctrina de las Iglesias Reformadas, y la segundo no había sido
enseñada en ellas antes del tiempo de Placeus. Las enseñanzas de este último encontraron
entrada en la teología de Nueva Inglaterra y se convirtieron en la característica
especial de la teología de la Nueva Escuela (New Haven).
En la moderna teología ancha, la doctrina de la transmisión del
pecado de Adán a su posteridad está por completo desacreditada. Esta teología
ancha prefiere buscar la explicación del mal que hay en el mundo por medio de
la herencia animal que en sí misma no es pecaminosa. Parece extraño que hasta
Barth y Brunner, que se oponen con violencia a la teología ancha, no consideran
que la pecaminosidad universal de la raza humana sea el resultado del pecado de
Adán. Históricamente este último ocupa un lugar singular nada más como el
primer pecador.
LA UNIVERSALIDAD DEL PECADO
Habrá muy pocos que se inclinen a negar la presencia del mal en
el corazón humano por mucho que difieran respecto a la naturaleza de este mal y
a la manera en que se originó. Hasta los pelagianos y los socinianos están prontos
a admitir que el pecado es universal. Esto es un hecho que se impone a la
atención de todos.
LO TESTIFICARON LA HISTORIA DE LAS RELIGIONES Y DE
LA FILOSOFÍA
La historia de las religiones testifica la universalidad del
pecado. La pregunta de Job, "¿Cómo se justificará el hombre con
Dios?" es una pregunta hecha no únicamente en el reino de la revela ción
especial, sino también fuera de ella en el mundo gentil. Las religiones de los
gentiles dan testimonio de un conocimiento universal del pecado y de la
necesidad de reconciliación con un Ser Supremo. Hay un sentimiento general de
que los dioses están ofendidos y que debemos propiciarlos de alguna manera. Hay
una voz universal de la conciencia que testifica respecto al hecho de que el hombre
fracasó en alcanzar el ideal y está condenado ante la vista de algún poder
superior.
Los altares bañados con la sangre de los sacrificios, y con frecuencia,
de sacrificios de niños muy queridos, las repetidas confesiones del agravio que
se hizo y las oraciones para verse libres del mal. Apuntan en conjunto al
conocimiento del pecado. A donde quiera que vayan nuestro s misioneros
encuentran esta clase de testimonios. La historia de la filosofía indica los
mismos hechos.
Los primitivos filósofos griegos ya se encontraban luchando con
el problema del mal moral y desde aquella época suyo ningún filósofo de
renombre ha sido capaz de ignorarlo. Todos se sintieron constreñidos a admitir
la universalidad del pecado y eso a pesar del hecho de que no eran capaces de
explicar el fenómeno.
Cierto es que en el Siglo XVIII hubo un optimismo superficial
que soñó con la bondad inherente del hombre; pero en su necedad hizo caso omiso
de los hechos y fue rechazado severamente por Kant. Muchos teólogos anchos se
vieron inducidos a crear y a predicar esta bondad inherente del hombre como evangelio
de verdad; pero actualmente muchos de ellos lo reconocen como uno de los más
perniciosos errores del pasado. Con toda seguridad, los hechos de la vida no
garantizaban semejante optimismo.
LA BIBLIA LA ENSEÑA CLARAMENTE
Hay afirmaciones directas de la Escritura que señalan a la
pecaminosidad universal del hombre, por ejemplo, I Reyes 8: 46; Sal 143: 2;
Prov. 20: 9; Ecl. : 20; Rom 3: 1-12, 19, 20, 23; Gál. 3: 22; Santiago 3: I Juan
1: 8, 10.
Varios pasajes de la Escritura enseñan que el pecado es la
herencia del hombre desde el momento de su na cimiento, y está presente, por
tanto, en la naturaleza humana desde tan al principio que no es posible
considerarlo como resultado de la imitación, Sal 51: 5; Job 14: 4; Juan 3: 6.
En Ef. 2: 3 Pablo dice de los efesios que "Eran por naturaleza hijos de
ira lo mismo que los demás". En este pasaje el término "por
naturaleza" señala a algo innato y original, para distinguirlo de lo que
es adquirido subsecuentemente.
El pecado, pues, es algo original del que todos los hombres
participan, y que los hace culpables delante de Dios. Además, según la
Escritura, la muerte tiene que visitar aun a aquellos que nunca ejercitaron una
elección consciente y personal, Rom. 5: 12 -14. Este pasaje implica que el
pecado existe en el caso de los niños antes de que tengan conocimiento moral.
Puesto que los niños mueren, y por lo tanto el efecto del pecado está presente
en el caso particular de cada uno, no es sino natural aceptar que la causa
también está presente.
Por último, la Biblia enseña también que todos los hombres están
bajo condenación y, por tanto, necesitan la redención que hay en Cristo Jesús.
Los niños nunca quedan exceptuados de esta regla, compárense los pasajes
precedentes y también Juan 3: 3, 5; I Juan 5: 12. Esto no se contradice por
aquellos pasajes que atribuyen cierta justicia al hombre, tales como Mat. 9:
12, 13; Hech. 10: 35; Rom. 2: 14; Fil. 3: 6; I Cor. 1: 30; puesto que esto
puede ser o una justicia civil, una justicia ceremonial o de pacto; la justicia
de la ley, o la justicia que es en Cristo Jesús.
LA RELACIÓN QUE
TIENE EL PECADO DE ADAN CON EL DE LA RAZA
LA NEGACIÓN DE ESTA RELACIÓN
Algunos niegan la relación causal del pecado de Adán con la
pecaminosidad de la raza humana, ya sea en todo o en parte.
1. Los pelagianos y los socinianos niegan absolutamente que haya alguna
relación necesaria entre nuestro pecado y el de Adán. El primer pecado fue un
pecado de Adán, solamente, y no afecta a su posteridad en ninguna forma. Lo más
que admitirán es que el mal ejemplo de Adán condujo a la imitación.
2. Los semipelagianos y los primitivos arminianos enseñan que el hombre
heredó de Adán una incapacidad natural, pero que no es responsable por ella de
manera que no se le puede añadir culpabilidad, y hasta puede decirse que Dios
en alguna manera quedó en obligación de proporcionar la cura de esa
incapacidad. Los arminianos wesleyanos admiten que esta corrupción innata
envuelve también culpa.
3. La teoría de la Nueva Escuela (New Haven) enseña que el hombre nace
con una tendencia inherente al pecado, en virtud de la cual su preferencia
moral es invariablemente mala; pero que esta tendencia misma no puede llamarse
pecado, puesto que el pecado siempre consiste, exclusivamente, en una
transgresión consciente e intencional de la ley.
4. La teología de crisis acentúa la solidaridad del pecado en la
raza humana, pero niega que el pecado se originara en un acto de Adán en el
paraíso. La caída corresponde al pre o súper historia, y ya es una cosa del
pasado cuando el Adán histórico aparece en la escena. La caída es el secreto de
la predestinación de Dios. La historia de la caída es un mito. Adán aparece
como el tipo de Cristo hasta donde puede verse en El que la vida sin pecado es
posible en la comunión con Dios. Dice Brunner: "En Adán todos hemos
pecado, esa es la declaración bíblica; ¿pero cómo? la Biblia no lo dice. La
doctrina del pecado original se lee en la caída".
LAS TEORÍAS DIFERENTES QUE EXPLICAN LA RELACIÓN O
CONEXIÓN.
1. La teoría realista. El método primitivo para explicar la
conexión entre el pecado de Adán con la culpa y corrupción de todos sus descendientes
fue la teoría realista. Esta sostiene que la naturaleza humana constituye una
simple unidad no sólo genérica sino también numérica. Adán poseyó la plenitud
de la naturaleza humana y en él ella se corrompió por un acto voluntario y
apóstata del mismo Adán.
Los hombres, individualmente, no son sustancias separadas, sino manifestaciones
de la misma sustancia general; numéricamente son uno. Esta naturaleza universal
humana se corrompió y se hizo culpable en Adán, y consecuentemente cada una de
las individualizaciones de ella en los descendientes de Adán está también corrupta
y culpable desde el mero principio de su existencia. Esto significa que todos
los hombres verdaderamente pecaron en Adán antes de que la individualización de
la naturaleza humana comenzara.
Esta teoría fue aceptada por algunos de los primitivos Padres de
la Iglesia y por algunos de los escolásticos y en tiempos recientes fue defendida
por el Dr. Shedd. Sin embargo, está expuesta a varias objeciones:
A. Mediante la representación de las almas de los hombres como individualizaciones
de la sustancia general espiritual que estuvo presente en Adán, parecería
implicar que la sustancia del alma es de naturaleza material y de esta manera
nos llevaría inevitablemente a alguna clase de materialismo.
B. Es contraria al testimonio de la conciencia y no resguarda suficientemente
los intereses de la personalidad humana. Cada hombre tiene conocimiento cabal
de ser una personalidad separada, y por tanto es mucho más que una mera ola que
pasa en el océano general de la existencia.
C. No explica por qué los descendientes de Adán son considerados responsables,
únicamente, por el primer pecado de éste y no por sus posteriores pecados, ni
por los pecados de todas las generaciones de los antepasados que siguieron a
Adán.
D. Tampoco tiene una respuesta a la importante pregunta: ¿Por qué
Cristo no fue considerado responsable del verdadero pecado cometido por Adán,
siendo que verdaderamente participó de la misma naturaleza humana, la
naturaleza que verdaderamente pecó en Adán?
2. La doctrina del pacto de obras. Esta implica que en el pacto de
obras Adán guardó una doble relación con sus descendientes, es decir, la de ser
cabeza natural de toda la humanidad, y la de ser cabeza representativa de toda
la raza humana.
A. La relación natural. En su relación natural, Adán fue el padre de
toda la humanidad. Según fue creado por Dios quedó sujeto a cambio, sin derecho
a reclamar un estado inmutable. Era su deber obedecer a Dios y esta obediencia
no lo hacía merecedor de recompensa alguna. Por otra parte, si pecaba, quedaría
sujeto a la corrupción y al castigo, pero el pecado sería de él nada más, y no
podría cargarse a sus descendientes. Dabney sostiene, que, según la ley de que
lo semejante engendra a lo semejante, su corrupción tendría que pasar a sus
descendientes. Pero como quiera que sea esto y es del todo inútil especular acerca
de ello los descendientes ciertamente no podrían ser responsables de su
corrupción. No podrían haber sido considera dos culpables en Adán únicamente en
virtud de la relación natural que Adán guardaba con la raza. La presentación
que se acostumbra hacer en la teología Reformada es diferente.
B. La relación de pacto. A la relación natural que Adán tuvo con sus
descendientes Dios al-jadió bondadosamente la relación de pacto que contiene
varios elementos positivos:
I. Un elemento de representación. Dios ordenó que en este pacto
Adán no tuviera su sola representación personal, sino que fuera el
representante de todos sus descendientes. En consecuencia, fue la cabeza de la
raza no en el sentido paternal solamente sino también en el sentido
representativo.
II. Un elemento de prueba. En tanto que sin este pacto Adán y sus
descendientes habrían conservado un estado continuo de prueba, con un peligro
constante de pecar, el pacto les garantizaba que la perseverancia persistente durante
un período fijo de tiempo sería recompensada con el establecimiento del hombre
en un estado permanentemente de santidad y bendición.
III. Un elemento de recompensa o castigo. Según los términos del
pacto Adán obtendría un derecho legal a la vida eterna, siempre que llenara las
condiciones del pacto. Y no solamente él sino todos sus descendientes también
participarían de esta felicidad. Por tanto, en su operación normal los arreglos
del pacto habrían sido de beneficio incalculable para la humanidad. Pero había
la posibilidad de que el hombre desobedeciera, y que por eso frustrara la
operación del pacto, y en este caso los resultados serían natural y correspondientemente
desastrosos. La transgresión al mandato del pacto produciría la muerte.
Adán eligió el camino de la desobediencia, se corrompió por
causa del pecado, se hizo culpable a la vista de Dios, y como tal quedó sujeto a
la sentencia de muerte. Y pues to que era el representante de la raza, su
desobediencia afectó a todos sus descendientes. En su juicio justo Dios imputó
la culpa de este primer pecado cometido por la cabeza del pacto a todos los que
representativamente estaban relacionados con él.
Y como resultado, todos ellos nacen en una situación depravada
tanto como pecaminosa, y esta corrupción inherente también envuelve culpa. Esta
doctrina explica por qué solamente el primer pecado de Adán, y no sus pecados
subsiguientes, ni los pecados de nuestro s otros antepasados se nos imputan, y
también salvaguarda la pureza de Jesús puesto que El no fue una persona humana
solamente, y por lo mismo no estaba incluido en el pacto de obras.
3. La teoría de la imputación mediata. Esta teoría niega que la
culpa del pecado de Adán se impute directamente a sus descendientes, y presenta
el asunto de la manera siguiente: Los descendientes de Adán heredan de él su
corrupción innata mediante un proceso de generación natural, y únicamente sobre
la base de esa depravación inherente que participan con él se les considera
culpables de su apostasía. No nacen en corrupción porque sean culpables en
Adán, sino que son considerados culpables porque ya están corrompidos. Su
condición no se base en un estado legal, sino que más bien su estado legal se
funda sobre su condición. Esta teoría defendida primeramente por Placeus, fue
adoptada por el más joven de los Vitringa y por Venema, por varios teólogos de
Nueva Inglaterra y por algunos de los teólogos de la Iglesia Presbiteriana de
la Nueva Escuela. Esta teoría es objetable por varias razones:
A. Una cosa no puede ser intermediada por sus propias consecuencias.
La depravación inherente con la que nacen los descendientes de Adán ya es resultado
del pecado de Adán, y por tanto, no puede considerarse como la base sobre la
cual sean culpables del pecado de Adán.
B. No ofrece base objetiva ninguna para la transmisión de la culpa
de Adán y la depravación de todos sus descendientes; y sin embargo, debe haber
alguna base legal objetiva para esto.
C. Si esta teoría fuera consistente debería enseñar la imputación mediata
de los pecados de todas las generaciones previas a las que les siguieron porque
su corrupción conjunta se transmite por medio de generación.
D. Esta teoría procede también sobre la hipótesis de que puede haber
corrupción moral que no sea al mismo tiempo culpa, una corrupción que por sí
misma no hace a nadie merecedor del castigo.
E. Y finalmente, si la corrupción inherente que está presente en los
descendientes de Adán puede ser considerada como el fundamento legal para la
explicación de alguna otra cosa, ya no hay necesidad de ninguna imputación
mediata.