EL PECADO EN LA VIDA DE LA RAZA HUMANA EL PECADO ORIGINAL

INTRODUCCIÓN

El estado pecaminoso, es decir, la condición en que nacen los hombres se designa en la teología con el nombre de peccatum originale, lo que traducido literalmente al español significa "pecado original". "Pecado original" expresa mejor esta idea que el holandés " erfzonde", pecado heredado puesto que, hablando estrictamente "pecado heredado" no abarca todo lo que corresponde al pecado original. Tampoco es una designación propia de la culpa original puesto que ésta no se hereda sino que se nos imputa.
Este pecado se llama "pecado original:
(1) Porque se deriva del cron co original de la raza humana;
(2) Porque está presente en la vida de cada individuo desde el momento de su nacimiento, y, por tanto, no puede considerarse como resultado de la imitación; y:
(3) Porque es la raíz interna de todos los pecados actuales que manchan la vida del hombre.
Deberíamos guardarnos en contra del error de pensar que este término implica en alguna forma que el pecado así designado pertenezca a la constitución original de la naturaleza humana, puesto que eso implicaría que Dios creó al hombre como pecador.

REPASO HISTÓRICO

Los Padres de la Iglesia primitiva no dicen nada muy preciso acerca del pecado original. Según los Padres griegos hay una corrupción física en la raza humana que se deriva de Adán; pero esto no es pecado y no envuelve culpa. La libertad de la voluntad no se afectó directamente por causa de la caída; pero lo fue únicamente en forma indirecta mediante la corrupción física heredada. La tendencia aparente en la Iglesia griega culminó por fin en el pelagianismo, que negó de plano todo pecado original.
En la Iglesia latina apareció una tendencia diferente, especialmente en Tertuliano, cuya enseñanza era que la propagación de las almas envuelve la propagación del pecado. Tertuliano consideró el pecado original como una infección pecaminosa hereditaria, es decir, una corrupción que no excluye la presencia de algo bueno en el hombre. Ambrosio avanzó más allá de Tertuliano considerando al pecado original como un estado, e hizo una distinción entre la corrupción innata y la resultante culpa del hombre. La voluntad libre del hombre se debilita por causa de la caída.
En Agustín es donde especialmente la doctrina del pecado original alcanza un completo desarrollo. Según lo que él enseñaba, la naturaleza del hombre, tanto física y moralmente, está del todo corrompida por causa del pecado de Adán, de tal manera que el hombre no puede hacer otra cosa sino pecar.
Esta corrupción heredada, es decir, el pecado original, es un castigo moral por el pecado de Adán. Es una cualidad tal de la naturaleza del hombre, que éste en su estado natural sólo puede y quiere hacer lo malo. El hombre ha perdido la libertad material de la voluntad, y en este respecto es donde, especialmente, el pecado original constituye un castigo. En virtud de este pecado el hombre ya está bajo condenación.
El pecado original no es solamente corrupción sino también culpa. El semipelagianismo reaccionó en contra de lo absoluto del concepto de Agustín. Admitió que toda la raza humana está envuelta en la caída de Adán, que la naturaleza humana está infectada con el pecado hereditario y que todos los hombres son por naturaleza inclinados al mal y no pueden, sin la gracia de Dios, ejecutar algo bueno; pero negó la total depravación del hombre, la culpa del pecado original, y la pérdida de la libertad de la voluntad.
Este fue el concepto dominante durante la Edad Media, aunque hubo algunos escolásticos prominentes que fueron totalmente agustinianos en su concepto del pecado original. El punto de vista de Anselmo acerca del pecado original estaba completamente en armonía con el de Agustín.
Anselmo presenta al pecado original como la culpa de la naturaleza (la naturaleza de toda la raza humana), pecado contraído por un simple acto de Adán, y la resultante corrupción inherente de la naturaleza humana transmitida a la posteridad y que se manifiesta en una tendencia al pecado. Este pecado envuelve también la pérdida del poder de la propia determinación en dirección de la santidad (libertad material de la voluntad), y convierte al hombre en esclavo del pecado.
La opinión reinante entre los escolásticos era que el pecado original no es algo positivo sino más bien la ausencia de algo que debe estar presente; particularmente la privación de la justicia original, aunque algunos añadieron un elemento positivo, es decir, una inclinación al mal.
Tomás de Aquino sostuvo que el pecado original considerado en su elemento material es concupiscencia, pero considerado en su elemento formal es la privación de la justicia original. Hay una disolución de la armo nía en la que consiste la justicia original, y en ese sentido el pecado original puede llamarse una pérdida del vigor de la naturaleza.
Los Reformadores, hablando en sentido general, estuvieron en acuerdo con Agustín, aunque Calvino difirió de él especialmente en dos puntos, pues acentuó el hecho de que el pecado original no es algo puramente negativo, y que no está limitado a la naturaleza sensible del hombre. En el tiempo de la Reforma los socinianos siguieron a los pelagianos en la negación del pecado original, y en el Siglo XVII los arminianos se apartaron de la fe Reformada y aceptaron el concepto semipelagiano del pecado original. Desde aquellos tiempos varios matices de opinión han sido defendidos en las Iglesias protestantes tanto de Europa como de América.

LOS DOS ELEMENTOS DEL PECADO ORIGINAL

Deben distinguirse dos elementos en el pecado original, es decir:
1. LA CULPA ORIGINAL. La palabra " culpa" expresa la relación que con la justicia tiene el pecado, o como lo expresaban los antiguos teólogos, la relación que el pecado tiene con la pena de la ley. El que es culpable tiene una relación penal con la ley. Podemos hablar de la culpa en un doble sentido, es decir, como reatus culpae y como reatus poenae.
La primera, a la que Turretin llama " culpa potencial", es la intrínseca maldad moral digna de castigo de un acto o estado. Esto pertenece a la esencia del pecado y es una parte inseparable de su pecaminosidad. Corresponde únicamente a aquellos que han cometido hechos pecaminosos y les acompaña permanentemente. No puede ser removida por la remisión, y no se quita por medio de la justificación sobre la base de los méritos de Jesucristo, y todavía mucho menos por medio del perdón únicamente.
Los pecados del hombre son dignos de castigo aun después de que ha sido justificado. La culpa en este sentido no puede transferirse de una persona a otra. Sin embargo, en teología, según acostumbramos hablar de culpabilidad, tiene el sentido de reatus poenae, con lo que se quiere decir, el merecimiento del castigo, o la obligación de rendir satisfacción a la justicia de Dios por la violación a la ley, por propia determinación.
La culpa, en este sentido, no es la esencia del pecado, sino más bien una relación con la sanción penal de la ley. Si no hubiera habido sanción que acompañara al descuido de las relaciones morales, cada desvío del camino de la ley habría sido pecado, pero no habría envuelto responsabilidad de castigo. La culpa, en este sentido, puede quitarse por medio de la satisfacción a la justicia, sea personal o vicariamente. Puede transferirse de una persona a otra, o aceptarla una persona en lugar de otra.
De los creyentes se quita por medio de la justificación, de modo que sus pecados, aunque son inherentemente malos, no los hacen responsables de castigo. Los semipelagianos y los antiguos arminianos u objetantes niegan que el pecado original envuelva culpa. La culpa del pecado de Adán cometida por él, como cabeza representativa de la raza humana, se imputa a todos sus descendientes. Esto es evidente por el hecho de que, según la Biblia lo enseña, la muerte como castigo del pecado pasó de Adán a todos sus descendientes, Rom. 5: 12-19; Ef. 2: 3; I Cor. 15: 22.
2. LA CORRUPCIÓN ORIGINAL. La corrupción original incluye dos cosas, es decir, la ausencia de la justicia original, y la presencia de un mal verdadero. Debe notarse:
A. Que la corrupción original no es meramente una enfermedad, según la concebían algunos de los padres griegos y los arminianos, sino que, es pecado en el sentido completo de la palabra. La culpa se adhiere a la corrupción; el que niega esto no tiene un concepto bíblico de la corrupción original.
B. Que esta corrupción no debe considerarse como una sustancia infundida en el alma humana, ni como un cambio de sustancia en el sentido metafísico de la palabra. Este fue el error de los Maniqueos y de Flacio Ilírico en los días de la Reforma. Si la sustancia del alma fuera pecaminosa tendría que ser reemplazada por una sustancia nueva en la regeneración; pero no hay lugar para esto.
C. Que no es una privación meramente. En su polémica con los Maniqueos Agustín no simplemente negó que el pecado era una sustancia sino que también afirmó que era, nada más, una privación. La llamó una privatio boni. Pero el pecado original no es meramente negativo; también es una disposición positivamente inherente hacia el pecado. Esta corrupción original debe considerarse desde más de un punto de vista, es decir, como total depravación y como total incapacidad.
3. La total depravación. En vista de su carácter infeccioso, la corrupción heredada también se llama depravación total. Esta frase se entiende mal, y por tanto pide que se haga una cuidadosa diferenciación.
Negativamente no implica:
A. Que cada hombre esté tan depravado como pudiera, posiblemente, llegar a serlo
B. Que el pecador no tenga un conocimiento innato de la voluntad de Dios, ni una conciencia que discierna entre el bien y el mal; c. Que el hombre pecador no admire con frecuencia el carácter y las acciones virtuosas de otros, o que sea incapaz de afectos y acciones desinteresadas en sus relaciones con sus semejantes; ni
D. Que la voluntad irregenerada de cada hombre, en virtud de su pecaminosidad inherente, tolere toda forma de pecado; puesto que a veces una forma de pecado excluye la otra.
Positivamente, indica:
I. Que la corrupción inherente se extiende a todas las partes de la naturaleza del hombre, a todas las facultades y poderes tanto del alma como del cuerpo; y
II. Que no hay en el pecador en absoluto algún bien espiritual, es decir, algún bien en relación con Dios, sino únicamente perversión. Esta depravación total la negaron los polemistas, los socinianos y los arminianos del Siglo XVII, pero se enseña con toda claridad en la Escritura, Juan 5: 42; Rom. 7: 18, 23 ; 8 : 7; Ef. 4 : 18; II Tim. 3 : 2-4; Tito 1 : 15 ; Heb. 3 : 12.
4. La total incapacidad. Refiriéndose al efecto del pecado original sobre los poderes espirituales, del hombre, se le llama incapacidad total.
Aquí de nuevo, es necesario distinguir correctamente. Al adscribir la total incapacidad al hombre natural no queremos decir que es imposible para él hacer lo bueno en algún sentido de la palabra. Los teólogos Reformados dicen, generalmente, que el hombre todavía es capaz de cumplir:
A. El bien natural
B. El bien civil o la justicia civil; y:
C. El bien religioso externo.
Se admite que hasta los irregenerados poseen alguna virtud que se revela en las relaciones de la vida social, en muchos actos y sentimientos que merecen la sincera aprobación y la gratitud de sus semejantes; y que hasta cierto punto también tienen la aprobación de Dios.
Al mismo tiempo se sostiene que estas mismas acciones y sentimientos, cuando se consideran en relación con Dios son radicalmente insuficientes. Su defecto fatal consiste en que no están impulsados por el amor de Dios, ni por alguna consideración a que la voluntad de Dios los exija. Cuando hablamos de la corrupción del hombre como incapacidad total, queremos decir dos cosas:
I. Que el pecador irregenerado no puede hacer ningún acto, por insignificante que sea, que logre fundamentalmente la aprobación de Dios y responda a las demandas de la ley santa de Dios; y
II. Que no puede el pecador cambiar su preferencia fundamental hacia el pecado y su yo, en amor para Dios, ni siquiera lograr una aproximación a semejante cambio.
En una palabra, es incapaz de hacer ningún bien espiritual. Hay apoyo escritural abundante para esta doctrina: Juan 1 : 13 ; 3 : 5 ; 6 : 44 ; 8 : 34 ; 15 : 4, 5 ; Rom. 7 : 18, 24; 8 : 7, 8 ; I Cor. 2 : 14 ; II Cor. 3 : 5 ; Ef. 2 : 1, 8-10; Heb. 11 : 6. Sin embargo, los pelagianos creen en una capacidad plena del hombre, negando que sus facultades morales hayan sido perjudicadas por el pecado. Los arminianos hablan de una capacidad de gracia, puesto que creen que Dios imparte su gracia común a todos los hombres, la cual los capacita para volverse a Dios y creer.
Los teólogos de la Nueva Escuela atribuyen al hombre habilidad natural pero distinguiéndola de la habilidad moral; una distinción que toman prestada de la gran obra de Edwards, On The Will.
Lo importante de su enseñanza es que el hombre en su estado caído todavía está en posesión de las facultades naturales que se requieren para hacer el bien espiritual (intelecto, voluntad, etc.). Pero le falta habilidad moral, es decir, la habilidad para dar una dirección adecuada a esas facultades, una dirección agradable a Dios. La diferencia que estamos considerando se ofrece para insistir en el hecho de que el hombre es por su voluntad pecador, y esto tiene que ser debidamente acentuado.
Pero los teólogos de la Nueva Escuela afirman que el hombre sería capaz de hacer el bien espiritual si únicamente quisiera hacerlo. Esto significa que la "capacidad natural" de la que ellos hablan, es, después de todo, una capacidad para hacer el verdadero bien espiritual.
D. En resumen, puede decirse que la diferencia entre capacidad natural y capacidad moral no es aceptable, porque:
I. No tiene garantía en la Escritura, la cual enseña consistentemente que el hombre no es capaz de hacer lo que se requiere de él:
II. Se trata de una diferencia en el fondo ambigua y engañosa: la posesión de las facultades requeridas para hacer el bien espiritual no constituyen, sin embargo, una capacidad para hacerlo;
III. El sentido de lo "natural" no es una antítesis propia del sentido de lo "moral", puesto que una cosa puede tener los dos sentidos al mismo tiempo: y la incapacidad del hombre es también natural en su sentido importante, es decir, está subordinada a su naturaleza en su presente estado en que se propaga naturalmente; y
IV. El idioma no expresa con la exactitud que se desea las distinciones importantes; lo que se quiere decir es que se trata de lo moral, y no de que sea físico o constitucional; que esta diferencia tiene su base no en la ausencia de alguna facultad, sino en el estado moral corrupto de las facultades y de la disposición del corazón.

EL PECADO ORIGINAL Y LA LIBERTAD HUMANA

En relación con la doctrina de la incapacidad total del hombre habrá naturalmente que preguntar si el pecado original, pues, envuelve también la pérdida de la liberta d o la pérdida de lo que generalmente se llama el liberum arbitrium, el libre albedrío. Esta pregunta debe contestarse con gran cuidado porque tal como se presenta puede contestarse tanto negativa como positivamente.
En cierto sentido el hombre no ha perdido su libertad, y en otro sentido sí la ha perdido. Hay determinada libertad que es posesión inalienable de un libre agente, es decir, la libertad de elegir conforme a su gusto en completo acuerda con las disposiciones y tendencias dominantes de su alma. El hombre no perdió ninguna de las facultades esenciales necesarias que lo constituyen en agente moral responsable. Todavía tiene razón, conciencia y libertad de elección. Tiene capacidad para adquirir conocimiento y para sentir y reconocer distinciones y obligaciones morales; y sus afectos, tendencias y acciones son espontáneos de tal manera que elige y rechaza según le parece conveniente.
Además tiene la capacidad de apreciar y hacer muchas cosas que son buenas y amables, benévolas y justas, en las relaciones que sostiene con sus semejantes. Pero el hombre sí perdió su libertad material, es decir, el poder racional para determinar su camino en la dirección del más elevado bien, en armonía con la constitución moral original de su naturaleza.
El hombre tiene por naturaleza una inclinación irresistible hacia lo malo. No es capaz de captar y amar la excelencia espiritual, de procurar y hacer las cosas espirituales, las cosas de Dios que pertenecen a la salvación. Esta posición, que es agustiniana y calvinista, sufre la contradicción abierta del pelagianismo y del socinianismo y en parte también del semipelagianismo y del arminianismo.
La moderna teología ancha, que esencialmente es pelagianismo, encuentra como es natural muy ofensiva la doctrina de que el hombre ha perdido su capacidad para determinar su vida en la dirección de la verdadera justicia y santidad, y se gloría en la capacidad del hombre para elegir y hacer lo que es justo y bueno. Por otra parte la teología dialéctica (bartianismo) reafirma la incapacidad total del hombre para hacer hasta el más ligero movimiento en la dirección de Dios. El pecador es un esclavo del pecado y no tiene posibilidad de cambiar su rumbo en la dirección contraria.

LA TEOLOGÍA DE CRISIS Y EL PECADO ORIGINAL

Será bueno que e n este punto definamos brevemente la posición de la Teología de Crisis o del bartianismo con respecto a la doctrina del pecado original. Walter Lowrie dice correctamente: "Barth tiene mucho que decir acerca de la caída pero nada acerca del 'pecado original'. Claramente vemos que el hombre está caído; pero la caída no es un evento que podemos señalar en la historia, pertenece decididamente a la pre -historia, Urgeschichte, en un sentido metafísico". Brunner tiene algo que decir acerca de ello en su reciente obra, Man in Revolt.
Brunner no acepta la doctrina del pecado original en el sentido tradicional y eclesiástico de la palabra. El primer pecado de Adán no fue ni pudo haber sido cargado a todos sus descendientes, ni tampoco resultó en un estado pecaminoso, que se haya transmitido a su posteridad, y que ahora sea la raíz fructífera de todo verdadero pecado.
"El pecado nunca es un estado sino que siempre es un acto. Aun para ser un pecador se necesita no un estado sino un acto, porque se necesita ser una persona". Según lo estima Brunner, el concepto tradicional tiene un elemento indeseable de determinismo, y no salvaguarda suficientemente la responsabilidad del hombre. Pero su rechazamiento de la doctrina del pecado original no significa que no pueda ver la verdad que hay en ella. Su pensamiento acentúa correctamente la solidaridad del pecado en la raza humana y la transmisión "de la naturaleza espiritual del `carácter’, que se hereda de padres a hijos."
Sin embargo, busca la explicación de la universalidad del pecado en una cosa diferente del" pecado original". El hombre creado por Dios no era simplemente un hombre, sino una persona responsable creada en comunidad y para vivir en comunidad con otros. El individuo aislado es una abstracción. "En la creación somos una unidad individualizada y articulada, un cuerpo con muchos miembros".
Si un miembro sufre todos los miembros sufren con él, y sigue diciendo: "si ese es nuestro origen entonces nuestra oposición a este origen no puede ser una experiencia, un acto del individuo como individuo.
Ciertamente cada individuo es un pecador como individuo; pero, es al mismo tiempo por entero, en su unida solidaridad, el cuerpo, la humanidad actual como un todo". Hubo, por lo tanto, solidaridad al pecar; la raza humana se apartó de Dios, pero pertenece a la naturaleza íntima del pecado que neguemos tener esta solidaridad en el pecado. El resultado de este pecado inicial es que el hombre sea ahora un pecador; pero el hecho de que el hombre sea ahora un pecador no debe ser considerado como la causa de sus acciones individuales pecaminosas.
Semejante relación causal no puede admitirse puesto que cada pecado que el hombre comete es una nueva decisión en contra de Dios. La afirmación de que el hombre es pecador no significa que él esté en un estado o condición de pecado sino que actualmente está comprometido en rebelión contra Dios. Como Adán nos volvemos en contra de Dios, y "aquel" que comete esta apostasía no puede hacer otra cosa que seguir repitiéndola continuamente, no porque ya se haya convertido en hábito, sino porque este es el carácter distintivo de este acto".
El hombre no puede invertir el camino, antes bien, se sigue de frente pecando. La Biblia nunca habla del pecado excepto como del acto de volverse, abandonando a Dios. "Pero en este preciso concepto de 'ser un pecador' este acto se concibe como el que determina toda la existencia del hombre". Hay mucho en esta explicación que nos recuerda la concepción realista de Tomás de Aquino.

OBJECIONES A LA DOCTRINA DE LA DEPRAVACIÓN TOTAL Y LA INCAPACIDAD TOTAL.

1. QUE ES INCONSISTENTE CON LA OBLIGACIÓN MORAL. La más obvia y la más admisible objeción a la doctrina de la depravación total y la incapacidad total es su inconsistencia con la obligación moral. Se dice que un hombre no puede en justicia ser tenido como responsable por algo para lo que no tiene la requerida habilidad.
Pero la implicación general de este principio es una falacia. Podría sostenerse en casos de invalidez producida por una limitación impuesta por Dios en la naturaleza del hombre; pero estrictamente no se puede aplicar a la esfera de lo moral y de la religión, según ya lo indicamos en lo que antecede. No deberíamos olvidar que la incapacidad que estamos considerando se debe al hombre mismo, tiene un origen moral y no se debe a determinada limitación que Dios haya puesto sobre el ser humano. El hombre es incapaz, como resultado de la perversa elección que hizo Adán.
2. QUE DEPONE TODOS LOS MOTIVOS DE ESFUERZO. Una segunda objeción es que esta doctrina depone todos los motivos de esfuerzo y destruye toda base racional para el uso de los medios de gracia. Si sabemos que no podemos alcanzar una determinada meta, ¿Qué motivo habrá para que utilicemos los medios recomendados para alcanzarla?
Ahora es del todo cierto que el pecador que está iluminado por el Espíritu Santo y que es verdaderamente consciente de su propia incapacidad natural, deja de trabajar por la justicia. Y esto es lo que de verdad se necesita. Pero esto no tiene que ver con el hombre natural porque él se considera perfectamente justo. Además, no es verdad que la doctrina de la incapacidad tienda en forma natural a fomentar la negligencia en el uso de los medios de gracia ordenados por Dios.
Sobre este principio el agricultor también podría decir: Yo no puedo producir la cosecha; ¿para qué pues cultivo mis campos? Pero sería una locura decirlo. En todos los departamentos del esfuerzo humano el resultado depende de la cooperación de causas sobre las que el hombre no tiene ningún control. La base bíblica para el uso de los medios permanece: Dios ordena el uso de medios; los ordenados por Dios están adaptados al fin que se espera; ordinariamente el fin no se alcanza a menos que se usen los medios indicados; y Dios ha prometido bendecir el uso de estos medios.
3. QUE ESTIMULA LA DEMORA EN LA CONVERSIÓN. También se afirma que esta doctrina estimula la demora en la conversión. Si un hombre cree que no puede cambiar su corazón, que no se puede arrepentir y creer al evangelio, sentirá que lo único que puede hacer es aguardar pasivamente hasta el tiempo cuando Dios quiera cambiar la dirección de su vida.
Ahora bien, la experiencia enseña que hay algunos que en verdad adoptan esa actitud; pero como una regla, el resultado de la doctrina que estamos considerando tendrá que ser completamente diferente. Si los pecadores, a quienes el pecado ha llegado a ser muy querido fueran conscientes de poder, a voluntad, cambiar sus vidas, estarían tentados a diferir el cambio hasta el último momento.
Pero si uno es consciente del hecho de que una cosa muy anhelada está más allá de la medida de sus propios poderes, instintivamente procurará aprovechar la ayuda que le venga de fuera. El pecador que siente de este modo, con respecto a la salvación, buscará el auxilio del gran Médico del alma, y así reconocerá su propia incapacidad.

EL PECADO ACTUAL.

Los católico romanos y los arminianos empequeñecen la idea del pecado original y luego desarrollan doctrinas tales como las de lavar el pecado original (aunque no solamente eso) por medio del bautismo, y la de la gracia suficiente por medio de la cual la gravedad del pecado actual queda en gran manera obscurecida. El énfasis se pone claramente del todo sobre los pecados actuales. Los pelagianos, los socinianos, los modernos teólogos anchos y por extraño que parezca también la Teología de Crisis, reconocen solamente los pecados actuales. Sin embargo, se debe decir que esta teología habla del pecado tanto en singular como en plural, es decir, reconoce una solidaridad en el pecado, que algunos de aquellos otros no han reconocido. La teología Reformada siempre ha dado debido reconocimiento al pecado original y a la relación que guarda con los pecados actuales.

LA RELACIÓN ENTRE EL PECADO ORIGINAL Y EL PECADO ACTUAL

El primero se originó en un acto libre de Adán como el representante de la raza humana, una transgresión de la ley de Dios y una corrupción de la naturaleza humana que dejó al hombre expuesto al castigo de Dios. A la vista de Dios el pecado del hombre era el pecado de todos sus descendientes, de tal manera que éstos nacen como pecadores, es decir, en un estado de culpa y en una condición corrupta.
El pecado original es tanto un estado como una cualidad inherente de la corrupción del hombre. Cada hombre es culpable en Adán, y consecuentemente nace con una naturaleza depravada y corrupta.
Y esta corrupción interna es la fuente inmunda de todos los pecados actuales. Cuando hablamos del pecado actual o fieccatum actuale, usamos la palabra "actual" o "actuale" en un sentido extenso. La ex presión "pecados actuales" denota no únicamente aquellas acciones externas que se ejecutan por medio del cuerpo; sino todos aquellos pensamientos conscientes y voliciones que fluyen del pecado original. Son los pecados individuales de hecho, a diferencia de la naturaleza humana heredada y de su inclinación.
El pecado original es uno, el pecado actual es de muchas clases. El pecado actual puede ser interior tal como una consciente duda particular o un perverso designio de la mente, o una concupiscencia consciente particular, o deseo del corazón ; pero también puede ser exterior, por ejemplo, el engaño, el hurto, el adulterio, el asesinato, etc. En tanto que la existencia del pecado original se ha encontrado con una extendida negación, la presencia del pecado actual en la vida del hombre, por lo general, está admitida.
Esto, sin embargo, no significa que la gente haya tenido siempre un conocimiento igualmente profundo acerca del pecado. En la actualidad se oye mucho acerca de la "pérdida del sentido del pecado", aunque los modernistas se apresuran a asegurarnos que, aunque hayamos perdido el sentido del pecado, hemos ganado el sentido de los pecados, en plural, es decir, de los pecados actuales definidos.
Pero no hay duda de que la gente, en una alarmante extensión, ha perdido el sentido de la perversidad del pecado, en cuanto ha sido cometido en contra de un Dios santo, y en gran parte piensan de él únicamente como un atropello a los derechos de sus prójimos. Fallan en mirar que el pecado es un poder fatal en su s vidas, que una y otra vez incita sus espíritus rebeldes, que los hace culpables delante de Dios y les trae sentencia de condenación. Es uno de los méritos de la Teología de Crisis que esté atrayendo la atención, de nuevo, a la gravedad del pecado como un a rebelión contra Dios, y como un intento revolucionario de ser igual a Dios.

LA CLASIFICACIÓN DE LOS PECADOS ACTUALES

Es casi imposible dar una clasificación concreta y completa de todos los pecados actuales. Varían en clase y grado, y pueden diferenciarse desde más de un punto de vista. El católico romano hace una bien conocida distinción entre pecados veniales y pecados mortales; pero admiten que es extremadamente difícil y peligroso decidir si un pecado es mortal o venial.
Llegaron a esta distinción por medio de la declaración de Pablo en Gál. 5: 21, "que los que hacen tales cosas (que el apóstol enumera), no heredarán el reino de Dios". Se comete pecado mortal cuando uno viola voluntariamente la ley de Dios en un asunto que uno cree o sabe que es importante. Esto hace que el pecador quede expuesto al castigo eterno. Y uno comete el pecado venial cuando atropella la ley de Dios en un asunto que no es de grave importancia, o cuando la transgresión no es del todo voluntaria.
Semejante pecado se perdonará con más facilidad y hasta sin confesión. El perdón de los pecados mortales puede obtenerse únicamente por medio del sacramento de la penitencia. Esta distinción no es bíblica porque según la Escritura todo pecado es en esencia anomia (injusticia) y merece castigo eterno. Además, tiene un efecto deletéreo en la vida práctica puesto que engendra un sentimiento de incertidumbre, a veces un sentimiento de temor mórbido, por una parte, o de infundado descuido por la otra. La Biblia no distingue diferentes clases de pecados, especialmente en relación con los diferentes grados de culpa que los acompaña.
El Antiguo Testamento hace una distinción importante entre los pecados cometidos presuntuosamente (con soberbia), y los pecados cometidos sin intención, es decir como resultado de la ignorancia, la debilidad, o el error, Núm. 15: 29 -31. Los primeros no podían ser expiados por medio de sacrificios y eran castigados con gran severidad, en tanto que los últimos podían ser expiados con sacrificio y eran juzgados con mucha mayor lenidad. El principio fundamental, incluido en esta distinción, todavía se aplica.
Los pecados cometidos adrede con plena conciencia de su maldad, y con deliberación, son mayores y más culpables que los pecados que resultan de la ignorancia, de un concepto erróneo de las cosas, o de la debilidad de carácter. Sin embargo, estos últimos también son verdaderos pecados y lo hacen a uno culpable a la vista de Dios, Gál. 6: 1; Ef. 4: 18; I Tim. 1: 13; 5: 24.
El Nuevo Testamento, además, nos enseña claramente que el grado de pecado está determinado en gran parte por el grado de conocimiento que se posee.
Los gentiles son ciertamente culpables, pero aquellos que tienen una revelación de Dios y gozan los privilegios del ministerio del evangelio son mucho más culpables, Mat. 10: 15; Luc. 12: 47, 48; 23: 34; Juan 19: 11; Hech. 17: 30; Rom. 1: 32; 2: 12; II Tim. 1: 13, 15, 16.

EL PECADO IMPERDONABLE

Varios pasajes de la Escritura hablan de un pecado que no puede perdonarse, siendo imposible un cambio de corazón después de haberlo cometido, y por el cual ya no es necesario orar. Se conoce en general como el pecado o la blasfemia en contra del Espíritu Santo. El Salvador habla de El explícitamente en Mat. 12: 31, 32 y pasajes paralelos; y se piensa, por lo general, que Heb. 6: 4-6; 10: 26, 27, y Juan 5: 16 también se refieren a este pecado.
1. OPINIONES INFUNDADAS RESPECTO A ESTE PECADO. Ha habido una gran variedad de opiniones respecto a la naturaleza del pecado imperdonable.
A. Jerónimo y Crisóstomo pensaron que era un pecado que podía haberse cometido únicamente durante la vida terrenal del Señor, y sostenían que fue cometido por aquellos que estaban convencidos de corazón que Cristo ejecutaba sus milagros mediante el poder del Espíritu Santo; pero a pesar de esta convicción se negaron a reconocer estos milagros como tales y los atribuyeron a la operación de Satanás. Sin embargo, esta limitación es completamente infundada, según lo prueban los pasajes de Hebreos y de I de Juan.
B. Agustín, los dogmáticos melanctonianos de la iglesia luterana, y algunos cuantos teólogos escoceses (Guthrie, Chalmers), concibieron que este pecado consistía en la impoenitentia finolis, es decir, la impenitencia que persiste hasta el fin.
Un concepto parecido es el que se expresa actualmente por algunos, y que consiste en la continuada incredulidad, rehusando hasta el fin aceptar a Jesucristo mediante la fe. Pero esta suposición conduciría a la conclusión de que todos los que mueren en un estado de impenitencia y de incredulidad ya cometieron este pecado, en tanto que según la Escritura tiene que ser un pecado de naturaleza muy particular.
C. En relación con la negación que hacen de la perseverancia de los santos, algunos de los posteriores teólogos luteranos enseñaron que solamente las personas regeneradas pueden cometer este pecado, y procuraron apoyar este concepto de Heb. 6: 4-6. Pero esta posición no es bíblica y los Cánones de Dort rechazaron, juntamente con otros, también el error de los que enseñan que los regenerados pueden cometer el pecado en contra del Espíritu Santo.
2. EL CONCEPTO REFORMADO DE ESTE PECADO. El nombre "pecado en contra del Espíritu Santo" es demasiado general, puesto que hay también pecados contra el Espíritu Santo que son perdonables, Ef. 4: 30. La Biblia habla más en particular de "hablar contra el Espíritu Santo", Mat. 12: 32; Marc. 3: 29; Luc. 12: 10. Evidentemente es un pecado cometido en la vida presente y que hace que la conversión y el perdón sean ya imposibles.
El pecado consiste en el consciente, malicioso y voluntario rechazamiento y blasfemia en contra de la evidencia y la convicción del testimonio del Espíritu Santo con respecto a la gracia de Dios en Cristo, atribuyéndolo contra toda evidencia y convicción al principio de las tinieblas, bajo el impulso del odio y de la enemistad. Este pecado presupone, objetivamente, una revelación de la gracia de Dios en Cristo, y la poderosa operación del Espíritu Santo; y subjetivamente una iluminación y convicción intelectual tan fuerte y poderosa como para hacer que la honrada negación de la verdad sea imposible.
Y luego el pecado mismo no consiste en dudar la verdad, ni en simplemente negarla, sino en contradecirla, lo que va en contra de la convicción de la mente, de la iluminación de la conciencia y hasta de los dictados del corazón. Al cometer ese pecado el hombre voluntaria, maliciosa e intencionalmente atribuye lo que con claridad se reconoce como obra de Dios, a la influencia y la operación de Satanás.
Este pecado no es otra cosa que u n deliberado ultraje al Espíritu Santo, una declaración audaz de que el Espíritu Santo es el espíritu del abismo, que la verdad es mentira y que Cristo es Satanás. Más que un pecado en contra de la persona del Espíritu Santo es un pecado en contra de su obra oficial de revelar, tanto objetiva como subjetivamente, la gracia y gloria de Dios en Cristo.
La raíz de este pecado está en el odio consciente y deliberado hacia Dios y hacia todo lo que se reconoce como divino. Es imperdonable no porque su culpa súper e a los méritos de Cristo, o porque el pecador esté más allá del poder renovador del Espíritu Santo, sino porque hay en el mundo del pecado ciertas leyes y ordenanzas establecidas por Dios y mantenidas por El. Y la ley, en el caso de este pecado particular, es que excluye todo arrepentimiento, cauteriza la conciencia, endurece al pecador y así es como el pecado se vuelve imperdonable.
En aquellos que han cometido este pecado debemos, por tanto, esperar encontrar un pronunciado odio a Dios, una actitud desafiante en contra de Él y de todo lo que es divino, un deleite en ridiculizar y ultrajar todo lo que es santo y un absoluto descuido respecto al bienestar de su alma y de su vida futura. En atención al hecho de que a este pecado nunca le sigue el arrepentimiento, podemos estar razonablemente seguros de que aquellos que temen haberlo cometido y se entristecen por esto, y desean las oraciones de otros en su favor, no lo han cometido.
3. OBSERVACIONES SOBRE LOS PASAJES QUE HABLAN DE ESTE PECADO EN LAS EPÍSTOLAS. Con excepción de la mención que de este pecado se hace en los Evangelios, no se menciona por nombre en otra parte de la Biblia.
Así que cabe preguntar si los pasajes de Heb. 6: 4 -6, 10: 26, 27, 29, y I Juan 5: 16 también se refieren a él. Desde luego, es de clara evidencia que todos ellos hablan de un pecado imperdonable; y porque Jesús dijo en Mat. 12: 31, "por tanto os digo: Todo pesado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no le será perdonada", indicando por lo mismo, que solamente hay un pecado imperdonable no es sino razonable pensar que estos pasajes se refieren al mismo pecado.
Se debe notar, sin embargo que Hebreos 6 habla de una forma específica de este pecado que podría haber ocurrido solamente en la época apostólica, cuando el Espíritu se revelaba con dones y poderes extraordinarios. El hecho de que esto se olvidara condujo frecuentemente a la opinión errónea de que este pasaje con sus desacostumbradas y severas expresiones, se refería a aquellos que estaban ya regenerados por el Espíritu de Dios.
Pero Heb. 6: 4-6, aunque habla de experiencias que van más allá de la fe temporal ordinaria, no testifica necesariamente de la presencia de la gracia regeneradora en el corazón.
PREGUNTAS PARA AMPLIAR EL ESTUDIO
1. ¿Qué objeciones se levantan contra la idea de Adán como cabeza representativa?
2. ¿Qué base bíblica hay para que el pecado de Adán se impute a sus descendientes?
3. ¿Se relacionaba en alguna manera la teoría de Placeus respecto a la imputación mediata con la idea de la expiación universal de Amyraldus?
4. ¿Qué objeciones levantó Dabney a la doctrina de la mediata imputación?
5. La doctrina del pecado heredado ¿es la misma doctrina del pecado original? y si no, ¿qué diferencia hay entre ellas?
6. ¿Cómo difieren los pelagianos, los semipelagianos y los armiñamos en sus ideas sobre el pecado original?
7. ¿En qué forma afecta la doctrina del pecado original a la de la salvación de los niños?
8. ¿Enseña la Biblia que uno puede perderse únicamente como resultado del pecado original?
9. ¿Qué relación hay entre la doctrina del pecado original y la de la regeneración bautismal?
10. ¿En qué se ha convertido la doctrina del pecado original en la moderna teología ancha?
11. ¿Cómo explica usted la negación del pecado original en la teología bartiana?

12. ¿Puede usted mencionar algunas clases adicionales de pecados actuales?