El pecado es un asunto muy serio, y Dios lo considera con severidad, aunque los hombres con frecuencia lo tratan con ligereza.
No
solamente es una transgresión de la ley de Dios, sino un ataque al mismo gran Legislador,
una rebelión en contra de Dios. Es un quebrantamiento de la justicia inviolable
de Dios que sirve de fundamento a su trono (Sal 97: 2), y un agravio a la
inmaculada santidad de Dios que nos exige que seamos santos en toda nuestra
manera de vivir (I Pedro 1: 15, 16).
En vista de esto no es sino natural que Dios visita al pecado
con castigo. En una palabra de significado fundamental dice Dios: "Porque
yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre
los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen",
Ex 20: 5. La Biblia testifica con abundancia el hecho de que Dios castiga el
pecado tanto en esta vida como en la venidera.
LOS CASTIGOS
NATURALES Y POSITIVOS
Una distinción muy común que se aplica a los castigos para el
pecado es la que los divide en castigos naturales y positivos. Hay castigos que
son el resultado natural del pecado y del cual los hombres no pueden escapar, puesto
que son las consecuencias naturales y necesarias del pecado.
El hombre no se salva de los castigos por medio del
arrepentimiento y del perdón. En algunos casos se pueden mitigar y hasta
suprimir con los medios que Dios ha puesto a nuestra disposición, pero en otros
casos permanecen y sirven como un constante recordatorio de las transgresiones
pasadas. El hombre perezoso cae en la pobreza, el borracho se arruina y arruina
a su familia, el fornicario contrae una enfermedad repugnante e incurable, y el
criminal queda agobiado por la vergüenza, y aun cuando salga libre fuera de los
muros de la prisión encuentra extremadamente difícil comenzar de nuevo su vida.
La Biblia habla de semejantes castigos en Job 4: 8; Sal 9 : 15; 94 : 23; Prov.
5: 22; 23: 21 ; 24 : 14; 31: 3.
Pero también hay castigos positivos, y éstos son castigos en el
sentido más ordinario y legal de la palabra. Estos castigos presuponen no
meramente las leyes naturales de la vida, sino una ley positiva del gran
Legislador, con sanciones adicionales. No son castigos que resulten
naturalmente de la naturaleza de la transgresión, son castigos que se añaden a
las transgresiones mediante edictos divinos. Son impuestos por la ley divina
que tiene absoluta autoridad.
La Biblia se refiere frecuentemente a este tipo de castigo. Esto
es particularmente manifiesto en el Antiguo Testamento. Dios le dio a Israel un
código detallado de leyes para la regulación de su vida civil, moral y religiosa,
y estipuló claramente el castigo que debía recibirse en el caso de cada una de
las transgresiones, compárese Ex 20-23.
Y aunque muchas de las regularizaciones civiles y religiosas de
esta ley fueron, en la forma en que se vertieron, dedicadas para Israel
solamente, los principios fundamentales que encierran se aplican también a la
dispensación del Nuevo Testamento. Para tener un concepto bíblico del castigo
del pecado tendremos que tomar en cuenta el resultado natural y necesario de
una oposición voluntaria en contra de Dios tanto como el castigo que el mismo Dios
impone y aplica legalmente a la ofensa.
Hay algunos unitarios, universalistas y modernistas que niegan
la existencia de cualquier castigo para el pecado, excepto aquellas
consecuencias que resultan naturalmente de las acciones pecaminosas. El castigo
no es la ejecución de una sentencia pronunciada por el Ser divino según los
méritos del caso, sino simplemente la operación de una ley general. Tomaron
esta posición J. F. Clarke, Thayer, Williamson y Washington Gladden. Este
último dice: "La teología antigua consideraba que la pena del pecado
consistía en el sufrimiento infligido al pecador por medio de un proceso
judicial en la vida futura.
Según la nueva teología la pena del pecado consiste en las
consecuencias naturales del pecado. El castigo del pecado es el pecado. Lo que
el hombre siembra eso también cosechará". La idea no es nueva; estaba
presente en la mente de Dante, puesto que en su famoso poema los tormentos del infierno
simbolizan las consecuencias del pecado; y Shelling la tenía en mente, cuando
habló de la historia del mundo como del juicio del mundo.
Sin embargo, hay abundante evidencia bíblica de que este
concepto, absolutamente, no es bíblico. La Biblia habla de castigos que en
ningún sentido son resultado natural o consecuencias del pecado cometido, por
ejemplo en Ex 32: 33; Lev. 26: 21; Núm. 15: 31; I Crónicas 10: 13; Sal 11: 6;
75: 8; Isa. 1: 24, 28; Mat. 3: 10; 24: 51.
Todos estos pasajes hablan de un castigo para el pecador
mediante un acto directo de Dios. Además, según el concepto que estamos
considerando no hay realmente recompensa o castigo; tanto la virtud como el
vicio incluyen naturalmente sus respectivas consecuencias. Todavía más, desde
ese punto de vista no hay ninguna razón válida para considerar el sufrimiento
como castigo, ya que se niega la culpa, y precisamente es la culpa la que hace
que el sufrimiento sea un castigo.
Luego, también, resulta que en muchos casos no es el culpable el
que recibe el más severo castigo, sino el inocente, como por ejemplo, los que
dependen de un borracho o de un vicioso. Y por último, desde este punto de
vista, el cielo y el infierno no son lugares de futuro castigo sino estados de
la mente o condiciones en las que los hombres se encuentran aquí y ahora.
Washington Gladden, en la cita que arriba hicimos de él, expresa esto con mucha
claridad.
NATURALEZA Y
PROPÓSITOS DE LOS CASTIGOS
La palabra " castigo" se deriva del vocablo latino
poena que significa castigo, expiación o pena. Denota la pena o sufrimiento
infligido por causa de alguna transgresión. Más específicamente, puede
definirse como aquella pena o pérdida que directa o indirectamente se inflige
por medio del Legislador, para vindicación de su justicia ultrajada por la
violación de la ley.
El castigo tiene su origen en la rectitud, es decir la justicia
punitiva de Dios, por medio de la cual El se sostiene como el Santo y
necesariamente demanda santidad y rectitud a todas sus criaturas racionales. El
castigo es la pena que natural y necesariamente se cobra del pecador por causa
de su pecado; es en efecto, una deuda que se debe a la justicia esencial de
Dios.
Los castigos para el pecado son dos diferentes clases. Hay un
castigo que es la necesaria concomitancia del pecado porque en la naturaleza
del caso el pecado hace separación entre Dios y el hombre, lleva con él la
culpa y la corrupción, y llena el corazón de temor y vergüenza. Pero también
hay una clase de castigos que se imponen al hombre desde fuera, por medio del supremo
Legislador; tales son todas aquellas calamidades de esta vida, y el castigo del
infierno en la futura.
Y ahora surge la pregunta respecto al objeto o propósito del
castigo del pecado. Sobre este punto hay considerable diferencia de opiniones.
No consideraremos el castigo del pecado como un mero asunto de venganza, un
castigo infligido con el deseo de perjudicar a aquel que previamente hizo el daño.
Los siguientes son los tres conceptos más importantes respecto al propósito del
castigo.
VINDICAR LA RECTITUD O LA JUSTICIA DIVINA
Turretin dice: "Si hay un atributo como la justicia, que
pertenezca a Dios, entonces el pecado debe recibir su paga que es el
castigo". La ley requiere que el pecado sea castigado por causa de su
inherente demérito sin atención a ningunas consideraciones posteriores. Este
principio encuentra aplicación en la administración tanto de las leyes humanas
como de las divinas. La justicia requiere el castigo del transgresor.
Detrás de la ley está Dios, y por tanto puede decirse que el
castigo se dirige a la vindicación de la justicia y santidad del gran
Legislador. La santidad de Dios necesariamente reacciona en contra del pecado y
esta reacción se manifiesta en el castigo del pecado.
Este principio es fundamental en todos aquellos pasajes de la
Escritura que hablan de Dios como Juez justo, que paga a cada hombre según lo
que merece. "El es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus
caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en El; es justo y
recto", Deut. 32:4. "Lejos esté de Dios la impiedad, y del
Omnipotente la iniquidad.
Porque él pagará al hombre según su obra, y le retribuirá conforme
a su camino", Job 34: 10, 11. "Y tuya, Señor, es la misericordia; porque
tú pagas a cada uno conforme a su obra Sal 62: 12. "Justo eres tú, oh Jehová,
y rectos tus juicios", Sal 119: 137. "Yo soy Jehová, que hago misericordia,
juicio y justicia en la tierra porque estas cosas quiero, dice Jehová" ,
Jer. 9: 24. "Y si invocáis por Padre a aquel que sin excepción de personas
juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra
peregrinación", I Pedro 1: 17.
La vindicación de la justicia y santidad de Dios, y de aquella
justa ley que es la expresión perfecta de su Ser, es ciertamente el propósito
primario del castigo del pecado. Sin embargo, hay otros dos conceptos que erróneamente
dan importancia a otra cosa.
LA REFORMA DEL PECADOR
Se le da mucha importancia actualmente a la idea de que no hay
tal justicia punitiva en Dios que inexorablemente demanda el castigo del
pecador, y que Dios no está enojado con el pecador sino que lo ama y únicamente
le inflige penalidades para hacerlo volver y traerlo de nuevo al hogar del Padre.
Este concepto que tuerce la distinción entre castigo y disciplina no es
bíblico. La pena del pecado no procede del amor y de la misericordia del Legislador,
sino de su justicia.
Si a la imposición del castigo se sigue la reforma, no se debe a
la pena como tal, sino a alguna operación de la gracia de Dios que fructifica,
y por medio de la cual El cambia aquello que en sí mismo es un mal para el
pecador, en algo que le resultara benéfico. La diferencia entre disciplina y
castigo debe conservarse. La Biblia nos enseña, por una parte, que Dios ama y
disciplina a sus hijos, Job 5: 17; Sal 6: 1; Sal 94: 12; 118: 18; Prov. 3: 11;
Isa. 26: 16; Heb. 12: 5 -8; Apoc. 3: 19; y por otra parte que El aborrece y
castiga a los malhechores, Sal 5: 5; 7: 11; Nahúm 1: 2; Rom. 1: 18; 2: 5, 6; II
Tes. 1: 6; Heb. 10: 26, 27.
Además, un castigo tiene que reconocerse como justo, es decir de
acuerdo con la justicia para que resulte re formador. De acuerdo con esta
teoría un pecador que ya está reformado no tendría que volver a ser castigado,
ni podría serlo uno que hubiera sobrepasado la posibilidad de reforma, de tal
manera que no podría haber castigo para Satanás; la pena de muerte tendría que
ser abolida y no habría razón para que existiera el castigo eterno.
PARA DISUADIR A LOS HOMBRES DE QUE PEQUEN
Otra teoría muy en boga en nuestro día es que el pecador debe
ser castigado para protección de la sociedad, disuadiendo a otros de cometer
ofensas semejantes. No puede haber duda acerca de que este fin con frecuencia
se asegura en la familia, en el estado y en el gobierno moral del mundo, pero esto
es un resultado incidental que Dios graciosamente efectúa por medio de la
aplicación del castigo. Ninguna justicia hay en castigar a un individuo simplemente
para el bien de la sociedad. De hecho el pecador siempre recibe el castigo de
su pecado, e incidentalmente esto puede ser para el bien da la sociedad.
Y aquí de nuevo debe decirse que ningún castigo tendrá efecto
disuasivo si no es justo y recto en sí mismo. El castigo tiene buen efecto
solamente cuando es manifiesto que la persona a quien se le aplica realmente lo
merece. Si esta teoría que estamos considerando fuera verdadera, un criminal
debería de una vez ser puesto en libertad, excepto por la posibilidad de que
castigándolo otros fueran disuadidos de pecar.
Además, un hombre podría con todo derecho cometer un crimen con
la sola condición de que estuviera dispuesto para sobrellevar el castigo. Según
este concepto, el castigo no se basa para nada en el pasado sino que, es enteramente
preventivo. Pero sobre esa suposición es muy difícil explicar como el castigo
hace invariablemente que el pecador arrepentido recapacite y confiese con corazón
contrito los pecados del pasado, según lo vemos en pasajes como los siguientes:
Gen 42: 21; Núm. 21: 7; I Sam 15: 24, 25; II Sam 12: 13; 24: 10; Esdras 9: 9,
10, 13; Neh. 9: 33 -35; Job 7: 21; Sal 51: 1-4; Jer. 3: 25. Estos ejemplos
podrí an fácilmente multiplicarse.
En oposición a las dos últimas teorías que hemos considerado
debemos sostener que el castigo del pecado es completamente retrospectivo en su
propósito primario, aunque la aplicación de la pena resulte de consecuencias benéficas
tanto para el individuo como para la sociedad.
LA PENA ACTUAL
DEL PECADO
El castigo con que Dios amenazó al hombre en el paraíso fue el
de la muerte. La muerte a que aquí se refería no es la del cuerpo, sino la del hombre
como un todo, la muerte en el sentido bíblico de la palabra. La Biblia no hace
la distinción, que es muy común entre nosotros, entre la muerte física, la
espiritual y la eterna; ella tiene un concepto sintético de la muerte y la
reconoce como la separación de Dios.
El castigo también fu e ejecutado verdaderamente en el día en
que el hombre pecó, aunque la plena ejecución de él fue suspendida
temporalmente por la gracia de Dios. De una manera que nada tiene de bíblica,
algunos llevan su diferenciación al terreno de la Biblia y sostienen que la
muerte física no debe considerarse como la pena del pecado, sino más bien como
el resultado natural de la constitución física del hombre. Pero la Biblia no
sabe hacer tal excepción.
La Biblia nos da a conocer la amenaza del castigo que es muerte
en el sentido amplio de la palabra, nos informa que la muerte entró al mundo
por medio del pecado (Rom. 5: 12) y que la paga del pecado es muerte (Rom. 6: 23.
El castigo del pecado verdaderamente incluye la muerte física, pero incluye
mucho más que eso. Conforme a la distinción a que nos hemos acostumbrado,
podemos decir que incluye lo siguiente:
LA MUERTE ESPIRITUAL
Hay una profunda verdad en el dicho de Agustín de que el pecado
es también el castigo del pecado. Esto significa que el estado pecaminoso y la condición
en la que el hombre nace por naturaleza, forman parte del castigo del pecado.
Son, verdaderamente, las consecuencias inmediatas del pecado, pero también son
una parte del castigo anunciado. El pecado separa al hombre de Dios, y eso
quiere decir muerte, porque solamente en comunión con el Dios viviente puede el
hombre vivir verdaderamente.
En el estado de muerte que resulta de la entrada del pecado en
el mundo quedamos cargados con la culpa del pecado, culpa que solamente puede
ser quitada mediante la obra redentora de Jesucristo. Por lo tanto, estamos en
la obligación de soportar los sufrimientos que resultan de la transgresión de
la ley. El hombre natural lleva con él el sentido de la responsabilidad del
castigo por donde quiera que vaya.
La conciencia le recuerda constantemente su culpa y con
frecuencia el temor del castigo le llena el corazón. La muerte espiritual no
significa únicamente culpa sino también corrupción. El pecado es siempre una
influencia corruptora en la vida, y esto es una parte de nuestra muerte. Somos
por naturaleza no solamente injustos a la vista de Dios sino también impuros.
Y esta impureza se manifiesta en nuestros pensamientos, en
nuestras palabras y en nuestras acciones. La impureza siempre está activa
dentro de nosotros como una fuente venenosa que corrompe las corrientes de la
vida. Y si no fuera por la refrenarte influencia de la gracia común de Dios el
pecado haría que la vida social fuera enteramente imposible.
LOS SUFRIMIENTOS DE LA VIDA
Los sufrimientos de la vida producidos por la entrada del pecado
en el mundo están incluidos también en el castigo del pecado. El pecado trajo
el desorden a toda la vida del hombre. Su vida física se convirtió en presa de la
debilidad y de la enfermedad que resultan en pesadumbres y c on frecuencia en
penas que llevan a la agonía; y su vida mental quedó sujeta a desesperantes
disturbios, que con frecuencia lo despojan del gozo de la vida incapacitándolo
para su trabajo diario y algunas veces destruyendo por completo su equilibrio
mental.
Su misma alma se ha convertido en el campo de batalla de
contradictorios pensamientos, pasiones y deseos. La voluntad se niega a seguir
el dictamen del intelecto, y las pasiones se entregan desordenadamente a los
vicios y maldades, sin el control de una voluntad inteligente. La armonía
verdadera de la vida queda destruida y abre camino a la maldición de una vida
deshecha.
El hombre llega a un estado tal de disolución que con frecuencia
le trae los sufrimientos más punzantes. Y no solamente eso, sino que juntamente
y por causa del hombre toda la creación quedó sujeta a vanidad y a su
esclavitud de corrupción. Los evolucionistas, especialmente, nos han enseriado
a mirar la naturaleza como potencia destructiva. Fuerzas destructivas quedan
libres, frecuentemente, en los terremotos, los ciclones, los huracanes, las
erupciones volcánicas y los diluvios que traen indescriptible miseria sobre la
humanidad.
Hay muchos, especialmente hoy, que no ven la mano de Dios en
todo esto y que no consideran a estas calamidades como una parte del castigo
del pecado, pero precisamente eso son, en un sentido general. Sin embargo, no
será conveniente particularizar e interpretar esas calamidades como castigos especiales
por causa de pecados atroces cometidos por los que viven en aquellas regiones
azotadas.
Tampoco será sabio ridiculizar la idea de que puede haber
relaciones causales como las que existieron en el caso de las Ciudades de la
Llanura (Sodoma y Gomorra), que fueron destruidas con el fuego del cielo. Debemos
recordar que siempre hay una responsabilidad colectiva y hay también siempre
razones suficientes para que Dios visite ciudades, distritos o naciones con
calamidades horrorosas.
Es muy maravilloso que Dios sea su ira y en su amargo disgusto
no haga más frecuentes sus vi sitas. Siempre es bueno recordar que Jesús dijo
una vez a los judíos que le trajeron la noticia de una calamidad acontecida a
ciertos galileos, dando a entender los mensajes que esos galileos habían sido
muy pecadores: "¿Pensáis que estos galileos porque padecieron tales cosas,
eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente. ¿O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la
torre en Siloé y los mató, pensáis que eran más culpables que todo el hombre
que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente", Luc. 13: 2 -5.
LA MUERTE FÍSICA
La separación del cuerpo y del alma es también una parte del
castigo del pecado. Que Dios daba a entender esto también, al amenazar con el
castigo, es lo que se deduce muy claramente de las palabras, "pues polvo
eres y al polvo volverás", Gen 3: 19. También se deduce de todo el
argumento de Pablo en Rom. 5: 12-21 y en I Cor. 15: 12-23. La posición de la Iglesia
siempre ha sido que la muerte en el sentido completo de la palabra, que incluye
a la muerte física, no sólo es la consecuencia, sino también el castigo del
pecado. La paga del pecado es muerte.
El pelagianismo negó esta conexión pero el Sínodo General de
Cartago, en África del Norte (418) pronunció anatema en contra de cualquiera
que dijera " que Adán, el primer hombre, fue creado mortal, de tal manera
que si hubiera pecado o no, de todos modos hubiera muerto, no como paga del
pecado, sino debido a la necesidad de la naturaleza".
Los socinianos y los racionalistas siguieron el error pelagiano,
y hasta en tiempos más recientes éste se reprodujo en los sistemas de aquellos
teólogos Kantianos, Hegelianos o Ritschlianos que prácticamente hicieron del pecado
una entidad necesaria en el desarrollo moral y espiritual del hombre. Estos
conceptos encontraron apoyo en la ciencia natural actual, la que considera a la
muerte física como un fenómeno natural del organismo humano.
La constitución física del hombre es tal que necesariamente es
muerte. Pero este concepto no se recomienda, en atención al hecho de que el
organismo del hombre físicamente se renueva cada siete arios, y de que,
comparativamente, poca gente muere de vejez o de completo agotamiento. La mayoría
de ellos mueren como resultado de enfermedad y accidentes. Este concepto
también es contrario al hecho de que el hombre no siente que la muerte sea
alguna cosa natural, sino que la teme como separación antinatural de lo que
debe estar unido.
LA MUERTE ETERNA
Esta debe considerarse como la culminación y perfección de la
muerte espiritual. Los frenos del presente ceden y la corrupción del pecado perfecciona
su obra. El peso completo de la ira de Dios alcanza al que está condenado. Su
separación de Dios, fuente de vida y de gozo, es separación completa, y esto
significa muerte en el más terrible sentido de la palabra.
Su condición externa corresponde con el estado interno de sus
almas perversas. Hay allí pesares de conciencia y dolores físicos. Y el humo de
su tormento sube para siempre jamás, Apoc. 14: 11. La discusión más amplia de
este asunto corresponde al terreno de la escatología.
PREGUNTAS PARA AMPLIAR EL ESTUDIO
1. ¿Por qué niegan muchos teólogos modernos y anchos toda
posibilidad de castigo por causa del pecado?
2. ¿Es sostenible la posición de que el castigo del pecado
consiste exclusivamente en las consecuencias naturales de él?
3. ¿Qué objeciones tiene usted a esta posición?
4. ¿Cómo explica usted la extendida aversión a la idea de que el castigo
del pecado es una vindicación de la ley y de la justicia de Dios?
5. ¿Sirven también los castigos del pecado para disuadir, y son
medios de reforma?
6. ¿Cuál es el concepto bíblico de la muerte?
7. ¿Puede usted probar que la Biblia al hablar de muerte incluye
la muerte física?
8. ¿Es consistente la doctrina de la muerte eterna con la idea de
que el castigo del pecado sirve únicamente como un medio de reforma o de disuasión?